lunes, 15 de diciembre de 2014

Tú y yo

Tú eres la música, yo soy la palabra
tú eres The Beatles, yo soy Armonía 10
tú eres la calma, yo soy la tormenta eléctrica
tú eres la esperanza, yo, las caídas pasadas
tú eres la sonrisa, me enseñas a sonreir
tú eres el sonido, yo soy la política del General.
Tú ves en todo oportunidades, yo analizo las opciones
pero ambos venimos del mar, del sol, el Imperio del sol,
ambos caminamos sin miedo en tierras extranjeras,
cambiamos nuestros sabores por los de otros lugares en busca de un porvenir
ambos soñamos,quizás distintos sueños,
pero Dios quiso que nuestros caminos se encontraran y nuestras manos se estrecharan
y así estamos...juntos.

Seguimos en tierras extrañas, pero creando los dos nuestro hogar.
Amo que construyamos un mundo juntos,
que siendo diferentes miremos el horizonte del mismo modo
y que tengas el coraje inaudito de elegirme para compartir tu camino, que ya es el mío.
Has convertido mi vida en alegría, cada respiración en un camino a la felicidad
y cada paso en una demostración de amor.

martes, 25 de noviembre de 2014

Nosotros: El amor.



En un mundo en el q busca vencer la muerte,nosotros somos vida. En un mundo donde reina la mentira, nosotros nos decimos la verdad. En un mundo donde se guardan secretos, nosotros nos contamos todo. En un mundo donde se venden cuerpos, se comercia afecto, nosotros caminamos de la mano. En un mundo de amores pasajeros, nosotros somos amor verdadero. En un mundo donde busca imperar la oscuridad, nosotros somos luz.

En un mundo donde se pervierte a la mujer, se humilla al hombre, se destruye a la familia, nosotros nos buscamos cada día. En un mundo que necesita lujos, nosotros disfrutamos de las cosas simples de la vida. En un mundo donde cada uno piensa en sí mismo, nosotros nos cuidamos uno al otro. En esta época, donde el amor parece ser ciencia ficción, nosotros nos amamos. Somos la irreverancia. Somos el amor.

martes, 18 de noviembre de 2014

Feliz Día del Militante

Feliz Día del Militante!

El recuerdo de quienes lucharon por el retorno de nuestro líder a la Patria, los que arriesgaron su vida, su libertad, soñaron, pelearon y trabajaron porque el General Perón pueda volver a reunirse con su pueblo, rompiendo aquel maldito designio creado por la oligarquía que sufrieron San Martín y Rosas de no poder volver a la Patria, Perón volvio, el pueblo: su único heredero lo trajo de vuelta, la Patria Peronista lo esperaba para volver a sonreír como en aquellos días felices de Evita y Perón.

Hoy, la Patria nos exige nuevamente atención y trabajo, nuestro camino: no sólo recordar aquel regreso del General, sino regresar a su Doctrina: mancillada, olvidada, escondida. Rescatar la Doctrina Peronista será el retorno definitivo y eterno de Perón y su obra al pueblo.


Chau Perro

Sabía q esto pasaría, pero está bueno (alguna vez) disfrutar d tener la razón:

Página/12 borró las notas de Verbitsky en las que criticaba a Bergoglio





El diario Página/12 eliminó del archivo digital que tiene en su sitio web ocho notas de Horacio Verbitsky en las que cuestionaba al Papa Francisco cuando todavía era Jorge Bergoglio, el cardenal y arzobispo de Buenos Aires, según anticipó el sitio Periodismo.com.


Los textos salieron publicados en febrero de 2005 y en abril y noviembre de 2010. Los dos primeros textos eliminados fueron publicados el 27 de febrero de 2005. Allí, Verbitsky hace un repaso sobre su libro El Silencio. De Paulo VI a Bergoglio. En aquel texto se denuncia la relación de la Iglesia con la dictadura y también la relación de Bergoglio con el secuestro de dos sacerdotes.

Los siguientes cinco textos borrados, aparecieron el domingo 11 de abril. Allí, el periodista realiza un repaso por las denuncia que él mismo realizó en 1999 hacia Jorge Bergoglio, a través de las cuales lo consideró cómplice de la última dictadura militar.

En la nota central, Verbitsky afirma que el actual papa estuvo relacionado con la entrega de los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics, integrantes de su misma congregación. Afirma Verbitsky: “Ambos estuvieron secuestrados cinco meses a partir de mayo de 1976” . También agrega que en ese mismo operativo se llevaron a cuatro catequistas y dos de sus esposos que nunca aparecieron.

Tanto en las notas publicadas en 1999, como en las de 2010 y en los libros El Silencio y Doble juego, el presidente del CELS contó la historia completa e incluyó los documentos que incriminan al Papa.

La nota central en la que se vuelve a denunciar ese caso, fue borrada. También fueron eliminadas las dos columnas con las que Verbitsky complementó el texto central.

En esa misma edición del diario, se publicaron otros dos textos (“Mentiras y calumnias” y “Una persona ávida de poder”) en los que se habla sobre el libro de Jalics que relata su situación durante la dictadura, una carta de Yorio a la Compañía de Jesús, una entrevista de Jalics con Emilio Mignone y testimonios que cuentan cómo fueron los procedimientos de Bergoglio antes y después del secuestro de los dos jesuitas. Nada de todo eso se puede leer.

La sexta nota que fue eliminada, salió publicada el 9 de noviembre de 2010 en la contratapa del diario. El día anterior, Emilio Massera había fallecido y Bergoglio había prestado testimonio, por primera vez, ante un tribunal sobre la causa de los sacerdotes secuestrados que Verbitsky había denunciado.

En la contratapa, el periodista afirma: “Por una ironía de la historia, ayer se murió el ex almirante Emilio Massera y debutó ante un tribunal el cardenal Jorge Bergoglio. Así volvieron a cruzarse la rama naval de la dictadura y la Iglesia Católica, en la ciudad de Buenos Aires, donde Massera montó su aparato de torturas y exterminio y en la que Bergoglio encabeza la principal diócesis del país. Uno y otro recibieron de la justicia argentina un trato reverente.”

Las dos notas de 2005 y las seis de 2010 ya no pueden ser leídas desde el sitio de Página/12. Cuando se quiere acceder a ellas se ve una pantalla con la leyenda: “documento no encontrado”.

Un par de semanas atrás, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, culpó a Verbitsky por informarla mal sobre Bergoglio. Se congració así con todo el arco kirchnerista, que cruzó al Sumo Pontífice aún después de que fuera elegido Papa y luego debió girar en U cuando la propia Cristina Kirchner se volvió devota del líder de la Iglesia Católica.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Feliz Día del Militante

Carta de Juan Domingo Perón a los militantes peronistas antes de su retorno del exilio en 1972

16 de noviembre de 1972

Compañeros peronistas: Pocos podrán imaginar la profunda emoción que
embarga a mi alma, ante la satisfacción de volver a ver de cerca a tantos
compañeros de los viejos tiempos, como a tantos compañeros nuevos, esa
juventud maravillosa que, tomando nuestras banderas para bien de la
patria, están decididos a llevarlas al triunfo.
También como en los viejos tiempos, quiero pedir a todos los compañeros
de antes y de ahora, que dando el mejor ejemplo de cordura y madurez
política, nos mantengamos todos dentro del mayor orden y tranquilidad. Mi
misión es de paz y no de guerra. Vuelvo al país después de 18 años de
exilio, producto de un revanchismo que no ha hecho sino perjudicar
gravemente a la Nación. No seamos nosotros colaboradores de tan fatídica
inspiración.


Nunca hemos sido tan fuertes. En consecuencia, ha llegado la hora de
emplear la inteligencia y la tolerancia, porque el que se siente fuerte, suele
estar propicio a prescindir de la prudencia.


El pueblo puede perdonar porque en él es innata la grandeza.
Los hombres no solemos estar siempre a su altura moral, pero hay
circunstancias en que el buen sentido ha de imponerse. La vida es lucha,
renunciar a ésta es renunciar a la vida, pero, en momentos como los que en
nuestra Patria se viven, esa lucha ha de realizarse dentro de una prudente
realidad.

Agotemos primero los módulos pacíficos, que para la violencia siempre hay
tiempo. Desde que todos somos argentinos, tratemos de arreglar nuestros
pleitos en familia porque si no, serán los de afuera los beneficiarios.
Que seamos nosotros, los peronistas, los que sepamos dar el mejor ejemplo
de cordura. Hasta pronto y un gran abrazo para todos.

Juan Domingo Perón

jueves, 30 de octubre de 2014

Perón y Evita

¿De dónde viene el peronismo? ¿Cuál es el origen de este movimiento que ha vencido tiempo, persecución, proscripción y muerte? ¿De dónde parte semejante fuego que ha encendido corazones durante décadas y sigue ocupando los primeros planos de la realidad nacional? El peronismo es un movimiento que parte del amor de un hombre y una mujer: del amor del General Juan Domingo Perón y Eva Duarte, una historia de amor, lucha y vida que cambió el rumbo de Argentina. No fueron solo una pareja que llegó al poder, no fue Eva solo la primera dama, figura de porcelana junto a un hombre Presidente; fueron una sola persona en su lucha por hacer de Argentina un país grande y libre. Desde el inicio de su relación hasta el final trágico marcado por la muerte de Evita, ese amor estuvo lleno de entrega por el pueblo, de luchas compartidas y ansias invencibles por darle a los más desposeídos lo que nunca antes habían tenido.

El inicio de su amor es lo que Evita misma llamó “el día maravilloso”. Dicho en sus propias palabras: “Todos o casi todos, tenemos en la vida un día maravilloso, para mí, fue el día en que mi vida coincidió con la vida de Perón”. Para Perón, que ya estaba en ese tiempo al mando de la Secretaría de Trabajo y Previsión, la tragedia del terremoto de San Juan sería la ocasión que le permitió conocer a Eva, lo que él mismo describió: “Eva entró en mi vida como el destino”. Evita, una actriz que se abría camino en el mundo del espectáculo, a la que le había costado llegar por ser de origen humilde y considerado hasta ese momento deshonroso, decidió junto a su grupo de teatro ayudar sin reparos a los afectados por la tragedia. Así lo cuenta Perón: “Entre los tantos que en aquellos días pasaron por mi despacho, había una joven dama de aspecto frágil, pero de voz resuelta, con los cabellos rubios y largos cayéndole a la espalda, los ojos encendidos como por la fiebre. Dijo llamarse Eva Duarte, ser una actriz de teatro y de la radio y querer concurrir, a toda costa, a la obra de socorro para la infeliz población de San Juan…” Yo la miraba y sentía que sus palabras me conquistaban; estaba casi subyugado por el calor de su voz y de su mirada. Eva estaba pálida, pero mientras hablaba su rostro se encendía. Tenía las manos escuálidas y los dedos ahusados; era un manojo de nervios. Discutimos largo rato. Era la época en que en mí se abría camino la idea de dar vida a un movimiento político que transformase radicalmente la vida de la Argentina”.

El General Perón vio la fuerza y el empeño de aquella joven y decidió hacerla su colaboradora en la Secretaría. Ella fue la que movilizó al pueblo, la que convenció a los trabajadores y los convocó a la plaza el 17 de octubre de 1945 en la defensa no solo de Perón sino también de todos los derechos que habían conseguido con él. Desde ese día Evita y Perón serían una sola persona en la lucha por cambiar la vida de Argentina. Pensaban con el mismo cerebro, sentían con el mismo corazón, vivieron una comunión de ideas y sentimientos. Se casaron el 22 de octubre de 1945. La campaña electoral los encontró juntos recorriendo el país en tren, trabajando día y noche. El mismo Perón contaría que pasaron semanas sin verse, lo que hacía que cada encuentro sentimental sea una novedad, una sorpresa. Perón asumió como Presidente el 4 de junio de 1946. El General escribió que los primeros seis meses después serían los únicos que pasarían tranquilos. Sin embargo, rápidamente se trasladarían a la villa presidencial porque muchísimas personas irían a visitarlos y a pedirle ayuda a Evita. Eva se instaló en el Ministerio del Trabajo, luego nacería la Fundación Eva Perón. Los primeros fondos saldrían del mismo sueldo de Perón. A partir de allí, Eva se dedicaría por completo a la Fundación. Perón y Eva se verían raramente y de pasadita, como si vivieran en ciudades distintas. Evita volvía al amanecer a su casa y se encontraba usualmente a Perón que salía a esa misma hora. El General preocupado le pedía que no trabaje tanto: “Eva, descansa y piensa que también eres mi mujer”. Eva le respondió: “Es justamente así como me doy cuenta de que soy tu mujer”.



Pero sobrevino la enfermedad, sus fuerzas físicas se fueron acabando. El 1 de mayo de 1952 habló por última vez desde un balcón de la Casa Rosada, al terminar se desvaneció en los brazos de Perón. Los últimos momentos de Eva y Perón son conmovedores, tanto que merecen ser conocidos como los relata el General: “El día antes de morir me mandó a llamar y quiso permanecer sola conmigo. Me senté a la orilla de la cama y ella hizo un esfuerzo para incorporarse; su respiración era ya un estertor agónico. ‘No me queda ya mucho que vivir’, dijo balbuceando las palabras. ‘Te agradezco cuanto has hecho por mí. Te pido una sola cosa…’. La palabra murió en sus labios blancos y finos; su frente estaba perlada de sudor. Volvió a hablar en tono más bajo; su voz era apenas un susurro… ‘No abandones a la gente pobre… Es la única que sabe ser fiel…’. Ya era avanzada la tarde; por la ventana entraban las primeras sombras. Un viento implacable mecía furiosamente los árboles. El cielo tenía el color de un sudario y amenazaba lluvia. Durante la noche, Evita tuvo un colapso y entró en coma. En la alcoba estaban conmigo su madre, su hermana, su confesor, el padre Benítez, y los médicos que la asistían, el profesor Finochietto y los doctores Tacchini y Taiana; afuera llovía como un diluvio. Antes de expirar, Eva me había recomendado no dejarla enterrar; quería ser embalsamada”. Evita murió el 26 de julio de 1952 y Perón cumplió su deseo de embalsamarla.


El cuerpo de Evita fue robado por la dictadura militar que gobernó entre 1955 a 1958 y permaneció desaparecido durante muchos años. Perón debió exiliarse, viviría la angustia de semejante aberración: “De nosotros dos, acaso solamente Evita es feliz. Aunque muerta y sin paz, Eva se ha quedado en su tierra; yo estoy lejos de ella y solamente me es dado vivir de esperanzas, de angustias y recuerdos”. El cadáver de Evita sería devuelto a Perón durante su exilio en Madrid. Perón falleció el 1 de julio de 1974. Creo que en la eternidad Perón y Evita están juntos, juntas sus almas como estuvieron en vida, aunque sus cuerpos descansen distanciados. Perón y Evita fueron un amor que cambió la Historia de Argentina, que le dio dignidad a los más desposeídos, que cambió para siempre la vida de muchas personas, una pareja que fue más allá de intereses políticos, de afán de poder, ambos dieron sus vidas, sus fuerzas e incluso su relación de amor en pos de luchar por una Patria más justa. Yo creo firmemente que Evita y Perón están juntos, felices, como diría el General: “Yo he sido con esta mujer, mucho más feliz de lo que todo el mundo cree”. -

sábado, 24 de mayo de 2014

Gracias Argentina


Llegué hace 8 años y meses a la Argentina con lo que tenía puesto y el corazón lleno de sueños, nunca imaginé que mi vida cambiaría tanto. ¡Cuánto me ha dado Argentina! ¡Cuánto me ha enseñado!
En Argentina conocí el amor y conocí a Perón,que creo que son lo mismo.En Argentina me hice mujer: un movimiento irreversible.
A la semana de llegar al país salí en la televisión ja! un anticipo de lo que sería mi vida posterior.
Paseé vestida de blanco y desbordando felicidad. Supe lo que es una libreta de estudiante y un centro de estudiantes. Supe que mi Perú es grande, sólo que tan acostumbrada no lo había podido notar. Supe que somos los argentinos y los peruanos muy hermanos desde Malvinas. Aprendí un montón de tipos de quesos y de fideos, casi tantas clases como de papa hay en Perú. Aprendí diferentes nombres para las cosas: batata para el camote, marcadores para los plumones,entre otros. Sentí, aunque adoptiva, la emoción de vivir un mundial de fútbol. Conocí el frío,que no existe en mi Piura natal. Aprendí a vivir en una ciudad sin mar. Me acostumbré al paisaje lleno de sierras.Aprendí que existe la caradurez de despreciar a quienes venimos de otro país,justamente de aquellos que provienen de inmigrantes: el día de la inmigración descontrolada nació mi twitter. Un día un amigo me habló de un General que tenía una esposa actriz que crearon un movimiento que cambió el país y me enamoré. Aprendí diferentes sentidos de la palabra "militar". Esa bella señora se convirtió en mi bandera,la segunda voz femenina que reconozco a lo lejos,obvio,después de la de mi mamá.

Dejé de ser sólo Katy,para ser "la Princesa Inca". Me sorprendo cada día de quienes sienten agrado por lo que escribo,total gratitud para ellos.

Un día un hijo de Perón me dijo: Hola,sos la Princesa Inca? ...y nuevamente cambió mi vida. Aprendí que me gusta la libertad y que los radicales nunca terminan los mandatos jajaja.


Tres entrevistas de radio, unos cuantos miles de seguidores en twitter, algunos que leen esto que escribo,mi corazón abierto para ustedes les dice: Gracias! Gracias Argentina por ser la tierra de mis sueños! a todos ustedes por no dejarme sentir sola,por hacerme sentir parte de ustedes, porque en 8 años nunca me sentí extranjera.
Hoy, enfrento nuevos desafíos,sin miedo,nuevos rumbos: te veo venir felicidad!

Bendita tierra de San Martín,Perón y Evita: GRACIAS!

viernes, 23 de mayo de 2014

Muhammad Ali con Rucci

Lo encontré en un tweet del compañero Aníbal Rucci. Para compartir \P/

Durante una fúgaz visita a Buenos Aires en los tempranos setentas, Muhammad Ali comió un asado en las entrañas de la Patria Metalúrgica.


En 1971 Cassius Clay era tal vez el deportista más conocido de la tierra. Pero al mismo tiempo, al igual que el General Perón, era un desposeído, un proscripto, un desocupado. En 1967 había sido despojado del título mundial de los pesos completos por presiones del Departamento de Estado, ante su negación a incorporarse a las Fuerzas Armadas para combatir en Vietnam, alegando ser musulman y por lo tanto objetor de conciencia. El hombre cruzó el Jordán (había nacido en el seno de una familia metodista) después de establecer contacto con la secta de Los Hermanos Musulmanes, organización político-religiosa que abrazaba la causa del Islam. En homenaje a su maestro, Elijah Muhammad, Clay cambió su nombre anglosajón por el de Muhammad Ali.

Con ese nombre se registró en el Alvear Palace Hotel de Buenos Aires, en los primeros días de noviembre de 1971. Venía a la Argentina de Lanusse en plan hacerse unos mangos, una especie de gira promocional relámpago que lo tuvo entre nosotros durante 42 horas. Participó en el programa televisivo Los 12 del Signo conducido por el astrólogo Horangel. En la galería Velázquez de la calle Maipú, compró pinturas con motivos españoles para adornar el patio de su casa. Visitó el Centro Islámico de la calle San Juan, donde fue obsequiado con un artístico Corán y un pergamino. “Estoy entre mis hermanos”, comentó, “y lamento no poder quedarme a rezar, pero se me hace tarde”. El motivo central de su viaje era una pelea de exhibición frente al argentino Miguel Ángel Páez, en la cancha de Atlanta. El combate se desarrolló normalmente pero fuera del ring – según El Gráfico del 9 de noviembre – “sucedieron cosas desagradables que hicieron temer lo peor”. Grupos incontrolados rompieron los alambrados de la cancha, invadieron el lugar reservado al ring-side y cometieron desmanes. Cuando finalizó la exhibición subieron al cuadrilátero e impidieron por largo rato que los boxeadores se retiraran. Hubo destrozo de sillas y varios heridos. A duras penas Alí, pudo regresar al vestuario.

Luego de la pelea, invitado por el industrial peronista Lorenzo Spadone, Alí se trasladó hasta los fondos de una fábrica en Lanús para comerse un asado. Allí lo esperaban en el “Quincho de la Cordialidad” José Rucci, secretario general de la CGT; Lorenzo Miguel, secretario general de la UOM; Carlos Spadone, director de la revista Las Bases, órgano oficial del Movimiento Nacional Justicialista entre otros encumbrados ases de la derecha peronista. Lorenzo le habló del regreso de Perón y de la Tercera Posición. Rucci anunció la creación del Sindicato del Boxeador. Alí lo abrazó emocionado y le agradeció: “Eso no existe en ninguna parte del mundo”. “El peronismo tampoco” retrucó José Ignacio. Spadone ensayó una forzada y deslucida metáfora: “El peronismo es como Muhammad Ali, vuela como una mariposa y pica como una avispa”

Al día siguiente El Negro emprendió el regreso. Al igual que al peronismo, intensos temblores lo esperaban en el porvenir.

sábado, 17 de mayo de 2014

Mi Día Maravilloso

En todas las vidas hay un momento que parece definitivo. Es el día en que una cree que ha empezado a recorrer un camino monótono, sin altibajos, sin recodos, sin paisajes nuevos. Una cree que, desde ese momento en adelante, toda la vida ha de hacer ya siempre las mismas cosas, ha de cumplir las mismas actividades cotidianas, y que el rumbo del camino está en cierto modo tomado definitivamente. Eso, más o menos, me sucedió en aquel momento de mi vida. Dije que me había resignado a ser víctima. Más aún: me había resignada a vivir una vida común, monótona, que me parecía estéril pero que consideraba inevitable. Y no veía ninguna esperanza de salir de ella. Por otra parte, aquella vida mía, agitada dentro de su monotonía, no me daba tiempo para nada. Pero, en el fondo de mi alma, no podía resignarme a que aquello fuese definitivo.

Por fin llegó "mi día maravilloso". Todos, o casi todos, tenemos en la vida un "día maravilloso". Para mí, fue el día en que mi vida coincidió con la vida de Perón. El encuentro me ha dejado en mi corazón una estampa indeleble; y no puedo dejar de pintarla porque ella señala el comienzo de mi verdadera vida. Ahora sé que los hombres se clasifican en dos grupos: uno, grande, infinitamente numeroso, es el de los que afanan por las cosas vulgares y comunes; y que no se mueven sino por caminos conocidos que otros ya han recorrido. Se conforman con alcanzar un éxito. El otro grupo, pequeño, muy pequeño, es el de los hombres que conceden un valor extraordinario a todo aquello que es necesario hacer. Estos no se conforman sino con la gloria.

Aspiran ya el aire del siglo siguiente, que ha de cantar sus glorias y viven casi en la eternidad. Hombres para quienes un camino nuevo ejerce siempre una atracción irresistible. Para Alejandro fue el camino de Persia, para Colón el camino de las Indias, para Napoleón el que conducía al imperio del mundo, para San Martín el camino llevaba a la libertad de América. A esta clase de hombres pertenecía el hombre que yo encontré. En mi país lo que estaba por hacer era nada menos que una revolución. Cuando la "cosa por hacer" es una revolución, entonces el grupo de hombres capaces de recorrer ese camino hasta el fin se reduce a veces al extremo de desaparecer.


Muchas revoluciones han sido iniciadas aquí y en todos los países del mundo. Pero una revolución es siempre un camino nuevo cuyo recorrido es difícil y no está hecho sino para quienes sienten la atracción irresistible de las empresas arriesgadas. Por eso fracasaron y fracasan todos los días revoluciones deseadas por el pueblo y aún realizadas con su apoyo total. Cuando la segunda guerra mundial aflojó un poco la influencia de los imperialismos que protegían a la oligarquía entronizada en el gobierno de nuestro país, un grupo de hombres decidió hacer la revolución que el pueblo deseaba. Aquel grupo de hombres intentaba, pues, el camino nuevo; pero después de los primeros encuentros con la dura realidad de las dificultades... y "la Revolución" fue quedando poco a poco en medio de la calle, en el aire del país, en la esperanza del pueblo como algo que todavía era necesario realizar. Sin embargo, entre los gestores de aquel movimiento, un hombre insistía en avanzar por el camino difícil. Yo lo vi aparecer, desde el mirador de mi vieja inquietud interior. Era evidentemente distinto de todos los demás. Otros gritaban "fuego" y mandaban avanzar. Él gritaba "fuego" y avanzaba él mismo, decidido y tenaz en una sola dirección, sin titubear ante ningún obstáculo. En aquel momento sentí que un grito y su camino eran mi propio grito y mi propio camino. Me puse a su lado. Quizás ello le llamó la atención y cuando pudo escucharme, atiné a decirle con mi mejor palabra: Si es, como usted dice, la causa del pueblo su propia causa, por muy lejos que haya que ir en el sacrificio no dejaré de estar a su lado, hasta desfallecer. Él aceptó mi ofrecimiento. Aquél fue "mi día maravilloso".

Evita Perón.

sábado, 1 de marzo de 2014

Corazón Serrano de Uterope

Cuando Corazón Serrano empezó a romperla en las radios, hace ya unos cuatro años, lo primero que pensé era en lo atrevido del nombre. Serrano. Es un término que pocas veces había escuchado utilizar de una forma no despectiva. Y sin embargo, el grupo del momento se llamaba a sí mismo orgullosamente serrano; y no sólo eso, sino que sus fans capitalinos tampoco tenían ningún complejo en pedir las canciones de serranos.


Me voy a robar un post imprescindible del desenfadado escritor español Hernán Migoya, que anda por estas tierras últimamente y que ha dicho que desde que empezó el año "no escucho a Britney, ni a Rihanna, ni a Katy Perry ni a Janelle Monae. Mi corazón es ya esclavo de Corazón Serrano."

Migoya explica muy bien el ascenso al estrellato absoluto de este grupo (tanto así que, por si ya lo olvidaron, "Corazón Serrano" fue lo más buscado por los peruanos en YouTube durante el 2013). Aquí va:

"Corazón Serrano es la nueva sensación de la música popular peruana, pese a que ya tienen más de dos décadas de rodaje. Son un grupo cumbiambero que está arrasando casi como un hito de raíz social en los sectores más humildes y desprejuiciados. Funcionan como una orquesta tradicional, con un par de voces masculinas (uno de los cantantes se llama Stalin Zapata, por si no quedaba clara su raigambre y afiliación) y hasta cuatro femeninas, que se turnan según la canción interpretada. Apenas han llegado todavía a aparecer en la TV nacional, ya que se iniciaron como un fenómeno marginal: se han ganado a sus millones de fans a través de años de persistente trabajo hasta lograr sus actuales conciertos masivos, ayudados por la difusión de su música a través de la radio, youtube, etc."


"El boom consagratorio de Corazón Serrano, justificado por un repertorio sólido donde abunda la composición propia, ha coincidido con la incorporación hace dos años de su más joven cantante, la encantadora Thamara Gómez. La muchacha mintió sobre su edad en las pruebas de selección (aseguró que tenía 15 años, ¡cuando solamente contaba con 12!) y ahora, con 14 primaveras, es ya toda una estrella del espectáculo. En más de un foro se suceden penosas situaciones con babosos soltando toda clase de procacidades sobre ella, hasta que se enteran de que es menor, y MUY menor.

Thamara no tiene ninguna formación musical y eso se nota un montón en su inseguro registro vocal. Pero sin embargo dispone de un potencial de oro para ser la más grande de las divas peruanas del pop: le sobran juventud, ángel y oportunidad. Mi tema favorito de los que interpreta es Cómo te olvido, una pegadiza canción que a mí me recuerda el I surrender de Steps. El vídeo, grabado en directo y con más de 5 millones de visitas, se abre con el percusionista dándole duro mientras a su lado un individuo (¿el mánager?) consulta absorto su teléfono móvil, un momentazo hilarante cortesía del segundo 12"


"Pese a la factura de ese vídeo promocional, en realidad Corazón Serrano es de los primeros grupos de cumbia peruana que han grabado videoclips decentes. Ello se debe al buen trabajo de Deivi Producciones y a la realizadora Shirley R, capaz de elaborar con medios muy ajustados unos envoltorios visuales más que dignos, y que salvando las distancias recuerda como generadora de momentos kitsch lo que Juan Antonio Bayona sembró en sus trabajos para Camela hace una década. Este ambicioso videoclip sobre un affaire entre un “gringo” mochilero y una señorita local, interpretada graciosísimamente por otra de las cantantes destacadas de la banda, Lesly Águila, resulta de lo más chocante por ese tétrico comienzo en el que el “papá” de la muchacha tortura al pobre chaval como si fuese un terrorista"



Migoya terminó su post, de hace menos de un mes, así:

Le deseo muchos éxitos a Corazón Serrano y que conquiste el mundo con su música, echando abajo las barreras del menosprecio clasista.

Lamentablemente, ese menosprecio idiota afloró hace poco, cuando unas imitadoras del grupo se presentaron en Yo Soy y Twitter se volvió un hervidero de racismo. Por si fuera poco, hoy falleció, víctima de un súbito aneurisma, Edita Guerrero, una de las vocalistas de Corazón Serrano. Ella era una de los hermanos Guerrero Neyra que fundaron el grupo hace casi 20 años en el distrito de Paicapampa, en la sierra de Piura.



Al parecer su muerte también ha provocado algunas reacciones de gente que, francamente, lo único que quiere es llamar la atención. ¿Para qué darles pelota? Por eso en este post hemos preferido celebrar el éxito de esta familia y repasar su triunfo, que es una forma, también, de mandarles cariño en este triste momento. Escuchen la voz de Edita, nomás:



Con el talento que tienen, estoy seguro que pronto volverán a los escenarios, dedicándole una canción a Edita. Para que continúen los triunfos (y las rabietas de los idiotas, que siempre son buena señal).

Cuando una paisana se va

Tomado del Blog de Gerardo Cabrera


Es un golpe duro, jodido, sobre todo para los que estamos lejos de la patria y de la tierra donde crecimos. Todos tenemos un vínculo musical común: Corazón Serrano: una agrupación de cumbia sanjuanera que creció desde abajo, de la humildad y el rechazo, y desde arriba, en la lejana sierra de Pacaipampa (Ayabaca, Piura). Entre los hermanos fundadores estaba Edita Guerrero Neyra. Hoy se nos fue: un aneurisma cerebral, tan solo treinta años. Seguramente sus restos serán velados en aquel asentamiento humano Micaela Bastidas, en Piura. Como un paisa más.


¿Por qué todos hablan de tu partida? Recuerdo la primera vez que escuché a Corazón Serrano: fue un aniversario de Montero, hace más de diez años. ¡Cómo olvidar ‘Alitas quebradas’ en la voz de Irma y ‘Mi escritorio’ en tu voz, Edita. En esa época eras prácticamente una niña. Ustedes, los serranos de Ayabaca, daban sonido a la cumbia sanjuanera por todos los distritos de la provincia, desde Jililí hasta Lagunas. Yo era un niño que creció con su música, la primera que nos revoloteaba a los churres que andábamos por ahí, entre los cerros, entre el cañazo, entre los pasillos y los sanjuanitos ecuatorianos.

Eran tiempos de la tecno cumbia en todo el Perú, del pop estadounidense, de las baladas de Enrique Iglesias, en fin. Y ustedes asomaban desde arriba, en la serranía norte, tocando, bajo el sello de ‘Éxitos del Mundo’, en pequeños locales piuranos y limeños, donde se juntaban los paisanos, los serranos emigrantes y emprendedores, los recién bajados. Eran tiempos de cambio, cuando la provincia se metió en la costa: los conos crecieron, los asentamientos humanos explotaron, los mercadillos pulularon y apareció el rey de la papa, del camote, de la yuca. Para ellos cantaban ustedes: el desamor, la lejanía, la sierra querida. Corazón Serrano, cumpita.



Pasaron los años y, luego de rechazos y perseverancia (tema que los reportajes actuales explotan sin medida), los productores radiales apostaron por ustedes. Su público fue creciendo. Temas como ‘Sueño o pesadilla’, el ‘Mix Pintura roja’, ‘Te sigo esperando’ o su clásico ‘Lágrimas negras’. Y ahí estabas tú, Edita, junto a tus hermanos. No necesitaron de prensa farandulera ni de escándalos mediáticos para ser famosos y ser parte ya de todo el Perú. Poco a poco surgieron, como se dice, y demostraron que se triunfa haciendo lo que se quiere. Ahora te vas tú, protagonista de la música peruana que revolucionó para siempre este país.

Y te vas en el mejor momento de Corazón Serrano, cuando todos los medios le hacen reportajes; son portada en diarios, puntos publicitarios de grandes conciertos; son criticados aún por muchos, y paisas del mundo entero gozan y gozan con sus canciones. Es muy apresurado interpretar el momento, pero dejo escrita esta nota porque soy un serrano de su cumbia sanjuanera. Como muchos, he enamorado y he bebido con su música. No se preocupe, Edita, quedan sus hermanos para que sigan creando y su público para que siga coreando.

Atentamente, un ayabaquino más.


domingo, 2 de febrero de 2014

Roque Sáenz Peña

Mi querido compañero Emiliano @emidau me trajo al recuerdo a Roque Sáenz Peña,argentino, héroe del Perú en la Guerra del Pacífico.
La Guerra del Pacífico es una huella profunda en los corazones de todos los peruanos, una marca indeleble en nuestra personalidad, en nuestras decisiones, en nuestro horizonte.
Fue una guerra que sacudió las fibras más íntimas de nuestro pueblo: mostró la valentía de nuestros hombres y mujeres, la grandeza de cuando vencedores, los peruanos podíamos ser humanos como Grau,el Caballero de los Mares, la fortaleza de quienes peleaban sin recursos, la entrega de quien prefería morir antes que ver mancillada la bandera peruana.

Perú llora aún a nuestros muertos,nuestra Biblioteca Nacional incendiada,nuestros pueblos arrasados. Perú rinde homenaje a nuestros héroes,a los que dieron todo por defender a nuestra Patria,los que nos enseñaron que tenemos deberes sagrados que cumplir y que a pesar de que el enemigo pueda tener mejores armas,nuestro corazón blanquirrojo es más fuerte,por lo que las balas de los enemigos nos llegan sólo a los talones.

Y entre tantos héroes que no sólo ocupan las denominaciones de nuestras calles, si no que laten día a día en nuestros corazones se encuentra Roque Sáenz Peña.

¿Y quién fue Roque Sáenz Peña?
¿Que hacía un argentino defendiendo al Perú?

Me habría encantado unos minutos de charla con ese hombre y poder hacerle tantas preguntas como esas.

Roque Sáenz Peña fue un argentino que integró las filas del Ejército peruano durante la Guerra del Pacifico, un héroe del Perú que defendió a nuestras tierras, uno de los héroes a los que cada corazón peruano infinitamente agradece, uno de los jóvenes que decidió ofrendar su vida por defendernos.

¿Qué habrá pasado por su mente? ¿Qué habrá sentido su corazón para decidir defender al Perú en una guerra tan terrible,tan desigual? Cuando muchos sabían que Perú y Bolivia estaban destinados a la derrota, Roque Sáenz Peña,sin ser peruano,ni boliviano,se sumó a las filas del Perú. Pienso esto,porque hoy muchas veces tomamos decisiones calculando el éxito,tal vez,nos costaría mucho optar por el fracaso cantado,o elegir al bando más débil.

Siendo argentino,Sáenz Peña ni siquiera tenía el deber cívico de unirse al Ejército. Esa fue una de las cuestiones que cuando estudiamos en el colegio su papel en la Guerra del Pacífico nos llenaba de sorpresa. Muchos jóvenes de su época vieron la situación de Perú y Bolivia ante la Guerra,muchos decidieron dejar sus tierras y defendernos. Tal vez la Historia no nos permita jamás reconocer cada nombre,agradecer a cada soldado que dejó su vida y sus sueños porque hoy aún podamos ser peruanos.

Hoy quiero recordar a Miguel Grau,el Caballero de los Mares,a los héroes de Angamos,de Iquique, a los de Arica,señores,Sáenz Peña luchó en Arica al mando de nuestro Francisco Bolognesi,peleó junto a nuestro héroe Andrés Avelino Cáceres, el gran "Brujo de los Andes". Quiero agradecer a los hombres,mujeres y niños que vivieron la Guerra del Pacífico porque nuestra Historia nos cuenta que no hubo en nuestras tierras un solo indiferente,no hubo nadie que no diera algo de sí por defender a nuestro Perú. Es el honor de todos los que nos defendieron el que marca nuestro futuro: si ellos pudieron,por qué no vamos a poder nosotros.

Vuelvo a Sáenz Peña,argentino, héroe peruano,que volvió siendo General del Perú a su país donde fue Presidente y promulgó la ley del voto universal,secreto y obligatorio,la recordada Ley Sáenz Peña.

Desde mi pequeña función en el mundo cada vez que escucho nombrar a Sáenz Peña me pongo de pie,nadie entiende porque lo hago. Hoy,quienes lean esto,sabrán porque esta peruana se pone de pie al escuchar nombrar a un Presidente argentino.




sábado, 18 de enero de 2014

Cómo conocí a Evita y me enamoré de ella. Última parte. Juan Domingo Perón.

Una fuerte anemia la obligó a someterse a intensas curas.
La veía pálida y cada día me parecía más delgada, más consumida.
Insistía en que reposase, pero ella no atendía razones. Reaccionaba contra la debilidad que la postraba, obligaba a las pocas fuerzas que aún le restaban y a su inextinguible fuerza de voluntad.



Durante algún tiempo pareció que las medicinas la hubiesen ayudado; había recuperado un poco de fuerzas, pero muy pronto advertí que se trataba de una mejoría efímera. Evita ya no tenía sangre, ya no tenía pulso: estaba descarnada y blanda como una sombra. Era toda nervios y voluntad.
En su rostro no se notaban más que los ojos, hundidos, encendidos por la fiebre, cercados de ojeras. El mal la devoraba sin piedad.
“Si no te sometes a reposo, te mueres”, le decía yo y ella me respondía:
“Si me someto a reposo, ¿quién cuidará de esa gente?”
No había palabras que lograran convencerla de la necesidad de moderar el ritmo de su trabajo. La curaban numerosos médicos argentinos, pero cuando se agravó, hice venir de los Estados Unidos al Doctor Pack, un famoso cancerólogo, amigo nuestro y asesor del Instituto Argentino para el Cáncer y de la Fundación Eva Perón.

El Dr. Pack visitó a mi mujer hacia fines de 1951; la invitó a vivir de manera más regulada y tranquila y me dijo claramente que las esperanzas de salvarla serían nulas si no seguía sus consejos.
“La señora, me dijo, puede morir de un momento a otro. Está gravísima. No hay nada peor que curar a un enfermo que no quiere seguir las prescripciones del médico. Es mi deber advertirle, que solamente un largo período de reposo puede prolongarle la vida.
Intenté intervenir, pero sin éxito alguno. Eva continuaba yendo a su oficina, recibiendo gente y, como de costumbre, regresaba a casa a horas avanzadas de la noche y muchas veces al alba.
Una vez que la reprendí ásperamente, me respondió: “Sé que estoy muy enferma y sé también que no me salvaré. Pienso, sin embargo, que hay muchas cosas más importantes que la vida y si no las llevase a cabo, me parecería que no habría cumplido mi destino”.

El primero de mayo de 1952 habló por última vez en público desde un balcón de la Casa Rosada. Le costó gran fatiga, tanto que al terminar el discurso se desvaneció entre mis brazos. En la sala, detrás de la vidriera, a través de la cual se oía aún la voz de la multitud que la llamaba, solamente se sentía mi respiración; la de Eva era imperceptible y fatigosa.
Entre mis brazos tenía la apariencia de una muerta...
Desde entonces el mal no le dio tregua; quebrantó sus últimas fuerzas y la obligó a guardar cama. Aquellos días de lecho fueron infernales para Evita; estaba reducida a la sola piel, a través de la cual se notaba ya la blancura de los huesos. Solamente sus ojos permanecían vivos y locuaces.



Se posaban por doquiera, preguntaban todo; a ratos estaban serenos, a veces me parecían desesperados.
Las fuerzas ya la habían abandonado. Cuando se sintió cercana a la muerte quiso escribirme una carta que yo conservo entre las pocas cosas que representan mi mundo de entonces y mis riquezas de siempre. La dictó a una secretaria, y luego, de su puño y letra, agregó alguna cosa con una caligrafía vaga y temblorosa.
Una semana antes de su muerte quiso hacer testamento. A propósito de sus bienes escribió: “Deseo que todos mis bienes sean puestos a la disposición de Perón en su calidad de representante del pueblo argentino. Mis bienes son patrimonio de mi pueblo y del movimiento peronista; los derechos de mi libro entréguense a mi marido y por su mediación, a nuestra gente. Mientras Perón viva, él podrá disponer de todos mis bienes como mejor lo crea; podrá hacer de ellos lo que quiera. A él dediqué mi vida y por tanto todo lo que fue mío, le pertenece. Después de la muerte de mi marido, todo será del pueblo. Dispongo que mis joyas sirvan para crear un fondo de ayuda social; ellas no son mías, en parte me fueron regaladas por mi pueblo. Estas y otras que recibí de mis amigos extranjeros deberán servir para crear alguna cosa útil y permanente, para la tranquilidad de la gente miserable”.
El testamento de Evita fue leído a la multitud en la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1952.

El día antes de morir me mandó llamar y quiso permanecer sola conmigo. Me senté a la orilla de la cama y ella hizo un esfuerzo para incorporarse; su respiración era ya un estertor agónico. “No me queda ya mucho que vivir”, dijo balbuceando las palabras. “Te agradezco cuanto has hecho por mí. Te pido una sola cosa...”. La palabra murió en sus labios blancos y finos; su frente estaba perlada de sudor. Volvió a hablar en tono más bajo; su voz era apenas un susurro... “No abandones a la gente pobre... Es la única que sabe ser fiel...”.
Ya era avanzada la tarde; por la ventana entraban las primeras sombras.
Un viento implacable mecía furiosamente los árboles. El cielo tenía el color de un sudario y amenazaba lluvia.
Durante la noche, Evita tuvo un colapso y entró en coma. En la alcoba estaban conmigo su madre, su hermana, su confesor, el padre Benítez, y los médicos que la asistían, el profesor Finochietto y los doctores Tacchini y Taiana; afuera llovía como un diluvio.
Antes de expirar, Eva me había recomendado no dejarla enterrar; quería ser embalsamada.

Es inútil repetir lo que fueron los funerales de mi mujer. Los diarios de todo el mundo han hablado de ellos suficientemente.
Inmediatamente después de la desaparición de Evita se formó una comisión para erigirle un monumento; los fondos que se recogieron y se emplearon en los trabajos emanaban de una plebiscitaria suscripción popular.
Fue la misma comisión la que contrató al médico español Pedro Ara para embalsamar el cadáver.
Ara es conocido doquiera y sus métodos de trabajo son verdaderamente extraordinarios.

Casi podría decir que el doctor Ara logra fijar en el rostro de sus muertos, aquel soplo de vida al que, en el último momento, ellos buscan aferrarse desesperadamente.
El médico español diseca lentamente el cadáver dentro de un horno a temperatura moderada y a medida que los tejidos se endurecen, inyecta en las venas parafina y otras sustancias especiales, en lugar de sangre. Se hizo el embalsamiento en una sala del último piso de la sede de la Confederación General del Trabajo transformada en gabinete anatómico y duró casi seis meses.
Vi el cadáver embalsamado de Evita y tuve la impresión de que dormía. No lograba apartar los ojos de su pecho, porque esperaba de un momento a otro que se levantase y se repitiese así el milagro de la vida.
Eva vestía una túnica blanca, larguísima, que le cubría los desnudos pies. Sobre la túnica, casi a la altura de los hombros, brillaba el distintivo peronista en oro y piedras preciosas, que llevaba cuando vivía. Las manos le salían de las amplías mangas y estaban cruzadas; entre las manos tenía un crucifijo. Su rostro estaba como de cera, lúcido y transparente, tenía los ojos cerrados como si durmiese. Los cabellos bien peinados hacían el efecto de una aureola. El cadáver estaba extendido en un minúsculo lecho forrado de raso y encerrado en una campana de vidrio. Esperando trasladarla al mausoleo que se estaba construyendo ante la villa presidencial, según deseo expreso de Evita poco antes de morir, ordené que fuese colocada en una sala de la Confederación del Trabajo, transformada en capilla provisional.
Las paredes de aquel sepulcro estaban recubiertas de paños azules y detrás de las colgaduras había una mesita en la cual el Dr. Ara tenía las redomas y ampollas de sus ácidos y jeringas. La cámara era semi-oscura; apenas la iluminaba un rayo de mortecina luz que venía del techo; una puerta de madera con dos ventanillas de vidrio opaco daba acceso a aquel lugar en donde nadie podía entrar. Existía una sola llave y la tenía el médico español.

Yo fui tres veces a ver a Evita; cada vez experimentaba una emoción diversa. Ante la puerta sentía un extraño sudor que me descendía por la espalda; el ruido de la llave al girar en la cerradura me parecía convertirse en un trueno... Luego seguía un gran silencio, como si el umbral de aquella puerta fuese el umbral de la eternidad.
Eva estaba inmóvil, blanca como una nubecilla. Una vez me le acerqué y estuve tentado de tocarle el rostro; alargué la mano pero la retiré súbitamente; tenía miedo de que el calor de mi mano y mis dedos la redujesen a polvo como sucede con el aire en los sepulcros antiguos.
Ara se me acercó y me dijo en voz baja: “No tenga miedo. Está intacta como cuando estaba viva”.
El 17 de octubre, en el aniversario de nuestra revolución, el cadáver embalsamado de mi mujer habría debido ser colocado en la cámara funeraria del gran monumento, dentro de una caja de vidrio y una de plata. Una vez al año sería abierto el sepulcro, a fin de que el pueblo pudiese visitarlo.
No sé qué le haya sucedido al cadáver de Evita. Sé que hasta el día de mi partida y durante el mes que gobernó Lonardi estaba en la sala, en el segundo piso de la Confederación General de Trabajadores.
Rojas dio órdenes luego, de sacarlo de allí e ignoro dónde lo hayan escondido. Me consta que muchos grupos de damas peronistas, varias veces, se dirigieron al gobierno solicitando el cadáver para darle sepultura. Aramburu ha ignorado las solicitudes de aquellas damas, así como ha ignorado el telegrama que le envié hace un par de meses y en el cual le advertía, entre otras cosas, que lo consideraría responsable de cualquier cosa que le sucediese al cadáver de mi mujer.
De nosotros dos, acaso solamente Evita es feliz. Aunque muerta y sin paz, Eva se ha quedado en su tierra; yo estoy lejos de ella y solamente me es dado vivir de esperanzas, de angustias y recuerdos.
De ella me quedan una fotografía, su “carnet cívico” que es nuestra cédula de identidad, y la última carta que me mandó el 4 de junio de 1952. Las pocas palabras que escribió de su puño y letra son casi ilegibles, la escritura es irregular, incierta y fatigada. Se parece a su respiración, como la sentí aquella mañana inolvidable, pocos instantes antes de morir.


jueves, 16 de enero de 2014

Cómo conocí a Evita y me enamoré de ella. Juan Domingo Perón.

Los días de la campaña electoral pusieron a dura prueba las energías de Eva que viajaba a lo largo y lo ancho del país hablando en todas partes, incitando a los desheredados a unirse a nosotros en la batalla que debía servir para hacer triunfar sus derechos.



Trabajábamos día y noche; con frecuencia, durante semanas enteras no nos veíamos y cada encuentro nuestro desde el punto de vista sentimental, era una novedad, una sorpresa.



El 4 de junio de 1946 fui nombrado Presidente. Los primeros seis meses después del nombramiento fueron los únicos que pasamos tranquilos, en una casa verdaderamente nuestra. Habitábamos en la calle Teodoro García, en la casa propiedad de Evita, pequeña, aislada, hecha a propósito para pasar una luna de miel que muchas veces nos habíamos visto obligados a aplazar.
Muy luego, sin embargo, por la afluencia de la gente que venía a visitarnos y por el número, siempre creciente, de pobres que solicitaban hablar con Evita, debimos trasladarnos a la villa presidencial en el barrio de Palermo.




Mi mujer decidió dedicarse a la asistencia social y se instaló en el Ministerio del Trabajo del cual era titular José María Freire.
Sus tareas eran distintas: Eva intervenía en los casos, infinitos, que escapaban al control y la actividad del Ministro. Así nació la “Fundación EVA PERÓN”, un organismo de ayuda social encaminado a cuidar de niños, muchachos, hombres, mujeres y ancianos, creando asilos, escuelas, clínicas, hospitales, casas de refugio, centros de recreo y vacaciones, a los cuales tenía acceso el pueblo sin gasto alguno.



Para los primeros fondos, Eva se dirigió a mí. Una noche en la mesa me expuso sus programas; parecía una máquina calculadora; al terminar le di mi consentimiento de ley.
Le pregunté: “¿Y dónde están los fondos?”
Ella me miró divertida: “Muy sencillo, me dijo, comenzaremos con los tuyos...”.
“¿Con los míos? ¿Y cuáles?”
“Tu sueldo de Presidente”.
El primer decreto ley relacionado con la Fundación fue emitido por mi mujer en la mesa; nunca fue codificado, pero fue más drástico que una ley escrita.
Eva se puso inmediatamente al trabajo; desde aquel momento perdía prácticamente a mi mujer. Nos veíamos raramente y de pasadita, como si viviésemos en dos ciudades distintas.



Eva, efectivamente, pasaba con mucha frecuencia la noche en su oficina y volvía a casa al amanecer. Yo, que de ordinario salía de la villa a la seis de la mañana para ir a la Casa Rosada, me la encontraba en la puerta, un poco cansada pero siempre satisfecha de sus fatigas. Un día le dije:
“Eva, descansa y piensa que también eres mi mujer”.
Ella se puso seria y me respondió: “Es justamente así como me doy cuenta de que soy tu mujer”.

En 1947 llegó una invitación oficial para que visitásemos España. Asuntos importantes de gobierno me obligaron a renunciarla, pero decidí que Eva fuese con un pequeño séquito de personas, entre las cuales estaba el conocido armador Alberto Dodero, quien se encargó de los gastos del viaje. Junto con la invitación de España, llegó también la de Italia, Portugal y Francia.
Contrariamente a cuanto se ha dicho, también el gobierno inglés invitó a Eva Perón, pero nosotros declinamos la invitación por cuanto el programa de viaje sólo se relacionaba con los países latinos.

En aquellos años España estaba en cuarentena e Italia salía lentamente de su grave crisis de posguerra.
En España no había ni siquiera Embajadores, porque las naciones vencedoras no querían tener relaciones con el gobierno de Franco. Justamente por esta razón y para demostrar al mundo que la Argentina, al margen de toda animosidad, estaba animada de un profundo espíritu de solidaridad universal, decidí enviar a Madrid un representante diplomático, regularmente acreditado y junto con el Embajador mandé numerosos barcos de víveres para aquella población generosa y hambreada.
Hoy se habla mucho del Plan Marshall y se reconoce al general Marshall el mérito de haber concurrido a la salvación del mundo empobrecido por la guerra; no quiero pecar de modestia, pero creo que puede decirse sin temor a desmentidos, que el verdadero, el primer Plan Marshall lo actualizamos, lo realizamos nosotros los argentinos, socorriendo a los necesitados sin pedirles nada, sin pretender de ellos alguna contrapartida de orden político.



Para Italia eran momentos graves y difíciles. La carestía flagelaba Europa. La miseria y el hambre atormentaban de manera trágica también a Grecia, a la que en 1946, a nombre del gobierno argentino, regalé medio millón de toneladas de víveres.
Italia atravesó su peor momento de crisis un año después. Un día, en 1947, el Embajador Arpesani solicitó entrevistarse conmigo. Me hizo saber que la visita tenía carácter de urgencia; lo recibí inmediatamente en la Casa Rosada. Por su rostro comprendí que estaba preocupado.
Me dijo que Italia ya no tenía pan y me mostró un telegrama de su Presidente del Consejo. Agregó verbalmente que su gobierno no disponía de moneda para pagar el grano.
“Presidente, me dijo, solamente usted puede ayudarnos. Su ayuda es necesaria hoy. Mañana sería tarde”.
Convoqué inmediatamente a Miguel Miranda y el Consejo Económico del cual Miranda era el Presidente. Pregunté cuántos barcos argentinos se encontraban navegando en aquel momento. Me respondieron que eran unos diez, todos cargados de trigo, destinados a otros países con los cuales habíamos estipulado anteriormente contratos bastante ventajosos.
No perdí tiempo en decidirme; Arpesani esperaba sin atreverse a respirar. Por telegrama ordené a todos los buques invertir la ruta y dirigirse a puertos italianos. El embajador de Italia en aquel momento no acertó a decir una palabra; bajó la cabeza y vi que se pasaba por los ojos el dorso de la mano...

Eva estaba ya en viaje para Europa. En España tuvo una recepción entusiasta. Todas las noches me telefoneaba a Buenos Aires sus impresiones.
Al principio parecía que hubiese iniciado el descubrimiento de un nuevo mundo; le bastó, sin embargo, una semana, para darse cuenta de que no estaba del lado de allá del océano, sino que apenas estaba fuera del umbral de su casa. Una noche, durante nuestro telefonema me dijo: “Franco me ha dicho hoy que en España es fácil llorar de emoción; yo le he respondido que lo creo pero que estoy ya tan habituada a llorar en mi patria que aquí me será difícil hacerlo. Él me ha rebatido que si no lloraba me regalaría un maravilloso Gobelino que está en el Prado y que representa la muerte de Darío.
¡He vencido y me lo ha regalado!
Aquel Gobelino está al presente en la residencia presidencial y si bien es un regalo hecho a mi mujer, ni lo vendí ni me lo llevé. Durante su viaje a través de Europa, Eva recibió numerosos regalos. En España cada provincia le donó un vestido, en Milán, en la Feria de demostración, le regalaron dos automóviles Fiat, en Francia la ahogaron en perfumes.



Llevó cuadros, joyas, vestidos; por donde quiera que pasaba, encontraba amigos, nuevos amigos, atraídos por la simpatía que sabía suscitar en todos los ambientes.
Por muchos días después de su regreso, me contó las peripecias del viaje. Le parecía haber vivido una fábula extraordinaria. Lo que mayormente le impresionaba fue la visita al Papa y al Vaticano.
“Entrando a la plaza de San Pedro, me dijo, tuve la impresión de haber entrado a otro mundo. Roma parecía alejada mil millas y casi casi, ni se sentían los rumores. En el Vaticano todo era quieto, silencioso, ordenado, maravilloso. Aquel pequeño Estado que vive en torno de una majestuosa Basílica, es un continente. El Papa me pareció una visión. Su voz era como un sonido, moderado y lejano. Me dijo que seguía muy de cerca tu obra, que te consideraba un hijo predilecto y que tu política ponía en práctica de manera más que laudable, los principios fundamentales del Cristianismo”. Por dos años todavía, Evita vivió feliz, dedicándose enteramente a los pobres. Los primeros síntomas de su enfermedad se manifestaron hacia fines de 1949.



miércoles, 15 de enero de 2014

Cómo conocí a Evita y me enamoré de ella (Perón)

Discurso de Perón el 17 de Octubre de 1951

Eva entró en mi vida como el destino. Fue un trágico terremoto que sacudió la provincia de San Juan, en la Cordillera, y destruyó casi enteramente la ciudad, el que me hizo encontrar a mi mujer.




En aquella época yo era Ministro del Trabajo y Asistencia Social. La tragedia de San Juan era una calamidad nacional que interesaba directamente al Ministerio a mi cargo.
Millares de personas habían quedado sin techo, aisladas en zonas gélidas y escuálidas, al otro lado de unas montañas temibles y lóbregas, cuyo único ornamento son las nieves perpetuas.
Para socorrer a la población de San Juan movilicé al país entero; llamé indistintamente a hombres y mujeres, a fin de que todos, en la medida de sus posibilidades, tendiesen la mano a aquella pobre gente de aquella provincia remota. Se trató de organizar un verdadero ejército de voluntarios que llamasen a todas las puertas de la ciudad, a lo largo y a lo ancho, solicitando socorros y enviándolos luego a las zonas afectadas. Entre los tantos que en aquellos días pasaron por mi despacho, había una joven dama de aspecto frágil, pero de voz resuelta, con los cabellos rubios y largos cayéndole a la espalda, los ojos encendidos como por la fiebre. Dijo llamarse Eva Duarte, ser una actriz de teatro y de la radio y querer concurrir, a toda costa, a la obra de socorro para la infeliz población de San Juan.

“Organizamos espectáculos” –dijo–. “Movilizaré a los colegas. Mi compañía es una compañía de voluntarios que pide ser empleada en esta batalla benéfica”. Hablaba de manera vivaz, tenía ideas claras y precisas e insistía en que se le confiara un encargo.
“Un encargo cualquiera”, decía. “Quiero hacer algo por esa gente que en este momento es más pobre que yo”.
Yo la miraba y sentía que sus palabras me conquistaban; estaba casi subyugado por el calor de su voz y de su mirada. Eva estaba pálida, pero mientras hablaba su rostro se encendía. Tenía las manos escuálidas y los dedos ahusados; era un manojo de nervios. Discutimos largo rato. Era la época en que en mí se abría camino la idea de dar vida a un movimiento político que transformase radicalmente la vida de la Argentina.

Los primeros experimentos de mis teorías sociales, llevados a cabo en mi calidad de Ministro, habían despertado a las masas, a las cuales nadie hasta entonces, había dirigido una palabra o una mirada. La Argentina vivía según una tradición decrépita que no tenía en cuenta las exigencias del pueblo. Como en la India, había también una casta privilegiada; el que no pertenecía a esta casta tenía solemnemente el deber de trabajar y el derecho de morirse de hambre.
Vi en Eva una mujer excepcional, una auténtica “pasionaria” animada de una voluntad y de una fe que se podía parangonar con la de los primeros creyentes. Eva debía hacer algo más que ayudar a la gente de San Juan; debía trabajar por los desheredados argentinos puesto que en esos tiempos, en el plano social, la mayoría de los argentinos podía compararse a los sin techo de la ciudad de la Cordillera, triturada por el terremoto.

Decidí, por lo tanto, que Eva Duarte se quedase en el Ministerio mío y abandonase sus actividades teatrales. En mis dos designios políticos las mujeres tenían su parte; quería incluirlas en la vida del país, llevarlas al mismo plano de los hombres y concederles un derecho que no tenían: el voto.
Al principio, aquella frágil mujer rubia no hizo hablar de ella.
Me seguía como una sombra, me escuchaba atentamente, asimilaba mis ideas, las elaboraba en su cerebro férvido e infatigable y seguía mis directivas con una precisión excepcional.
En dos o tres meses, Eva Duarte había sido capaz de transformarse en una colaboradora indispensable. Fue en ocasión de los sucesos de 1945 cuando demostró un valor fuera de lo común y una personalidad extraordinaria.

El 9 de octubre fui obligado a renunciar al Ministerio; querían que dejase el Ministerio del Trabajo por el de Guerra, pero yo me negué y preferí salir de las filas del Ejército y volver a la vida civil.

Comenzó desde entonces mi odisea política que duró diez años y de la cual, el exilio en Colón es solamente una etapa, no la conclusión.
Creía poderme dedicar pacíficamente a la organización del nuevo partido, pero me equivoqué. Fui arrestado a consecuencia de una manifestación popular protagonizada por los obreros cuando supieron mi dimisión y se me envió en confinamiento a la isla de Martín García.
En Buenos Aires, Eva Duarte trabajaba por mí. Tomó la dirección del movimiento, lo llevó hasta las localidades más lejanas del país y muy en breve puso una carga explosiva en el alma de la Nación.

Tampoco ella tuvo días tranquilos; llamada a la Secretaría de la Presidencia fue invitada a no ocuparse de política y a volver a su trabajo en el teatro. En respuesta, Eva llevó a nuestra gente a las plazas y el 17 de octubre se puso a la cabeza de los “descamisados” que en la Plaza de Mayo amenazaron incendiar la ciudad si no se me ponía inmediatamente en libertad. Frente a tanta furia y tanta decisión, el gobierno me volvió a llamar del confinamiento en Martín García y me invitó a hablar a la multitud que vivaqueaba en la plaza ante la Casa Rosada.
Era gente venida de todas las provincias, que había caminado a pie kilómetros y kilómetros, insensible al hambre y las molestias del camino, decidida a todo, con tal de salir de un estado de miseria y servidumbre en el que se arrastraba desde generaciones.
Las mujeres se habían llevado consigo hasta los hijos; los hombres habían abandonado los campos y los muchachos habían seguido a sus padres en aquella marcha que podía convertirse en el primer acto de una cruel guerra civil.

Hablé desde una ventana de la casa de gobierno; invité a la multitud a volver a su trabajo y mis palabras tuvieron el poder de serenar los ánimos agitados y enardecidos.
Yo estaba finalmente libre; Eva había vuelto a trabajar conmigo con más espíritu y mayor pasión. En lo sucesivo pensábamos con el mismo cerebro, sentíamos con el mismo corazón. Era natural por tanto que en tanta comunión de ideas y de sentimientos naciese aquel afecto que nos llevó al matrimonio.



Nos casamos en el otoño de 1945, en la iglesia de San Francisco en La Plata. Celebró la ceremonia un padre jesuita, Hernán Benítez, que luego fue el padre espiritual de Evita y la asistió hasta la muerte.

domingo, 5 de enero de 2014

Acuérdate de mí

Oh! cuánto tiempo silenciosa el alma

mira en redor su soledad que aumenta

como un péndulo inmovil: ya no cuenta

las horas que se van!

No siente los minutos cadenciosos

a golpe igual del corazón que adora

aspirando la magia embriagadora

de tu amoroso afán.



Ya no late, ni siente, ni aún respira

petrificada el alma allá en lo interno;

tu cifra en mármol con buril eterno

queda grabada en mí!

Ni hay queja al labio ni a los ojos llanto,

muerto para el amor y la ventura

esta en tu corazón mi sepultura

y el cadáver aquí!



En este corazón ya enmudecido

cual la ruina de un templo silencioso,

vacío, abandonado, pavoroso

sin luz y sin rumor;

Embalsamadas ondas de armonía

elevábanse a un tiempo en sus altares;

y vibraban melódicos cantares

los ecos de tu amor.



Parece ayer! ...De nuestros labios mudos

el suspiro de ¡"Adiós" volaba al cielo,

y escondías la faz en tu pañuelo

para mejor llorar!

Hoy... nos apartan los profundos senos

de dos inmensidades que has querido,

y es más triste y más hondo el de tu olvido

que el abismo del mar!



Pero, ¿qué es este mar? ¿qué es el espacio,

qué la distancia, ni los altos montes?

Ni qué son esos turbios horizontes

que mira desde aquí;

si al través del espacio de las cumbres,

de ese ancho mar y de ese firmamento,

vuela por el azul mi pensamiento

y vive junto a tí:



Si yo tus alas invisibles veo,

te llevo dentro del alma estás conmigo,

tu sombra soy y donde vas te sigo

por tus huellas en pos!

Y en vano intentan que mi nombre olvides;

nacieron, nuestras almas enlazadas,

y en el mismo crisol purificadas

por la mano de Dios.



Tú eres la misma aún;

cual otros días suspéndense tus brazos de mi cuello;

veo tu rostro apasionado y bello

mirarme y sonreír;

aspiro de tus labios el aliento

como el perfume de claveles rojos,

y brilla siempre en tus azules ojos

mi sol, ¡mi porvenir!



Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido;

mi nombre está en la atmósfera, en la brisa,

y ocultas a través de tu sonrisa

lágrimas de dolor; pues mi recuerdo tu memoria asalta,

y a pesar tuyo por mi amor suspiras,

y hasta el ambiente mismo que respiras

te repite ¡mi amor!



¡Oh! cuando vea en la desierta playa,

con mi tristeza y mi dolor a solas,

el vaivén incesante de las olas,

me acordaré de tí;

Cuando veas que una ave solitaria

cruza el espacio en moribundo vuelo,

buscando un nido entre el mar y el cielo,

¡Acuérdate de mí!



Carlos Augusto Salaverry

Carta de Manuela Saenz a su esposo

No,no y no,por el amor de Dios,basta. ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución? ¡Mil veces no! Señor mío,eres excelente,inimitable. Pero,mi am¡go,no es grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar,dejar a un marido sin sus méritos no sería nada. ¿Crees por un momento que después de haber sido amado por este hombre durante años,de tener la seguridad de que poseo su corazón,voy a preferir ser la esposa del Padre,del Hijo o del Espíritu Santo,o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor,como tú las llamas,pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido?

Déjame en paz,mi querido inglés. Amas sin placer. Conversas sin gracia,caminas sin prisa,te sientas con cautela y no te ríes ni de tus propias bromas. Son atributos divinos,pero yo miserable mortal que puedo reírme de mí misma,me rio de ti también,con toda esa seriedad inglesa. ¡Cómo padeceré en el cielo! Tanto como si me fuera a vivir a Inglaterra o a Constantinopla. Eres más celoso que un portugués. Por eso no te quiero. ¿Tengo mal gusto? Pero,basta de bromas. En serio,sin ligereza,con toda la escrupulosidad,la verdad y la pureza de una inglesa,nunca más volveré a tu lado.



Siempre tuya

Manuela